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Las mujeres y Juan. Las colecciones del diseñador siempre llevan el nombre de una, su musa invisible, la chica que envenena sus sueños. Pero esta vez, aunque también hay una mujer en esta historia, todo es distinto. En La belle Marie qui fume hay una chica pero, por primera vez, no es solo ella.
Las referencias pictóricas a Gustav Klimt, Alfons Mucha y Aubrey Beardsley son omnipresentes en casi todos los diseños: todo es dorado, negro y verde musgo; hay sutiles detalles de inspiración oriental, plumas que se escapan delicadamente de las costuras, interminables vainicas que se unen para formar nuevos tejidos y patchwork, mucho patchwork, que sirve como metáfora perfecta para hilvanar todos esos recuerdos distintos. Todo envuelto en una niebla narcótica decadente y elegante hasta el infinito.
Las piezas de bisutería –enormes, exuberantes y anárquicas– resultan mucho más ligeras de lo que cabría esperar en un primer momento y complementan la fotografía melancólica y un poco burguesa del desfile. Es como si hoy hubiéramos visto una versión menos complaciente, más turbadora pero igual de elegante del ADN del diseñador. El Art Noveau y las vanguardias plásticas de principio de siglo nunca se revisitaron de manera tan fiel; el retrato de principio de siglo XX nunca fue tan siglo XXI. Que María siga fumando, que María siga soñando.
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